jueves, 20 de junio de 2013

El descanso


El jueves 6 de junio volé a Bremen, Saskia, los niños y yo manejamos hacia Stuttgart Flughafen, dejamos el auto en el estacionamiento y pensaba que el aparcamiento durante esos días allí sería muy caro.
Stuttgart Flughafen me era muy conocido y no por la cantidad de vuelos que habría tomado allí sino porque era mi parada de autobus en los primeros meses del año y el sitio donde pasé más tiempo con él.
Recordaba mi llegada a Stuttgart en octubre, a Sabine y a Julius esperándome con una sonrisa y un girasol y la apatía del saludo de Kai. 
La penúltima vez que había estado allí, estaba todo nevado, hacía mucho frío y él me había estado esperando dentro del Mc Donalds, luego me subiría corriendo a su carro y trataría de prender el aire acondicionado y él lo apagaría, daríamos vueltas súper divértidas en su auto, es sarcasmo; y por la mañana volvería a manejar hacia mi bus. La última sería no muy agradable, la llamada desesperada, el caos y los problemas y él cansado, yo tomando un taxi hacia Rossenstrasse y pagando 15 euros por eso. 
Conocía Flughafen por eso y porque allí también podía tomar un bus directo hacia Esslingen.

Ahora tenía un vuelo y me dirigía hacia Bremen por la confirmación de Hendrik, no tenía muchas expectativas pero creía que me serviría para alejarme un poco de los últimos malestares que me había ocasionado Stuttgart. 
Bremen era completamente diferente, ya había estado en el norte de Alemania pero ahora sus calles y panoramas me hacían pensar en lo opuesto que era. Se veía en las calles, los edificios, las casas y sobre todo en la gente.
Moin! Era la palabras para usar un Guten Morgen, la casa de los Alexanders estaba en medio de un fraccionamiento lleno de flores, atrás había un pequeño lago y un camino verde lleno de flores, Oldenburg era muy bonito y me recordaba mucho a la calle de mi casa en el D.F.



Había paz, disfruté mis días con los niños y con la familia Digel, me compré un vestido muy bonito que me hacía ver muy bien, hice shopping en la ciudad y caminé un poco alrededor.







También tomé una cerveza en un pub, el sol iluminaba perfectamente los alrededores y el clima era perfecto para mí.
Fuimos al Mar del Norte, hermoso mar lleno de paz, con sol y aire, agua fría. La historia del mar del norte era de un mar que iba y venía, cada seis horas la marea subía y bajaba intensamente, dejando libre el suelo marino para caminar sobre él. Un espectáculo impresionante que no pude ver porque en ese momento la marea estaba de nuestro lado. Metí mis pies al mar con lodo, sentí la arena y la brisa. Me enamoré de mi ser con paz. Anduve en bici y volví a caerme por que mi bolsa se enredó con mis frenos, no  fui importante porque esta vez me percaté de lo que pasó. Me raspé la rodilla y me levanté, una señora en bici me ayudó y después otro señor también me ayudó a sacar mi bolsa enredada. Las chicas que venían de otro lado hicieron una cara de dolor al ver mi caída.
Estuvimos una noche con los Alexanders y luego nos fuimos a una pequeña cabaña, o casa de huéspedes muy bonita; una pequeña granja natural, una casa del año de 1858. Los niños y yo nos sentamos en una banca hecha en 1993.






Fui a una iglesia evangélica a la confirmación, fui a una fiesta que no parecía fiesta pero entonces cada vez más conocía la cultura alemana.
La paz del norte me lleno de la tranquilidad que necesitaba y allí empezó mi nueva paz.
Tomé el avión con sol en Bremen y aterricé una hora más tarde en una tarde lluviosa en Stuttgart...





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